Mary Wigman: el lenguaje visceral de la danza

Cuando pensamos en la danza expresionista, Mary Wigman aparece como un símbolo de autenticidad, un puente entre el movimiento y las emociones humanas más profundas. En tiempos de guerra y crisis, Wigman transformó la danza en un lenguaje de resistencia y expresión cruda, un espacio de libertad que desafiaba las normas y empoderaba al intérprete. Más que movimientos coreografiados, su obra ofrecía una experiencia de introspección en la que el cuerpo y el alma eran el centro de cada gesto.

Nacida en 1886 en Alemania, Wigman creció en un contexto marcado por cambios sociales radicales y decidió explorar el movimiento como algo autónomo, libre de la «dictadura» de la música. Esto la llevó a investigar el silencio y la percusión, que en sus coreografías creaban una atmósfera hipnótica y envolvente. Inspirada por maestros como Émile Jaques-Dalcroze y Rudolf von Laban, desarrolló su propio estilo, donde el espacio y el cuerpo se convertían en extensiones de la mente y el alma.

La Danza de la Bruja (Hexentanz), una de sus piezas más icónicas, es un claro ejemplo de cómo la coreografía de Wigman conectaba con la esencia humana. En ella, el cuerpo se retuerce y oscila entre lo grotesco y lo sublime, entre la fragilidad y el poder. No hay una narrativa tradicional; hay, en cambio, una historia contada a través de la piel, la respiración y la energía interna. Como ella misma decía, el bailarín no conquista el espacio; lo habita, lo respira.

En el ámbito pedagógico, su legado es aún más profundo. Wigman entendía que enseñar danza no era imponer una técnica, sino guiar a cada alumno hacia la revelación de su propio lenguaje corporal. En su escuela en Dresde, inculcaba la libertad emocional como pilar de la danza, incentivando a sus alumnos a encontrar la conexión entre el movimiento y sus vivencias. Más allá de la técnica, enseñaba a interpretar el mundo, a convertir cada paso en un acto de autoconocimiento. En el fondo, Wigman proponía una pedagogía que cultivaba seres conscientes, artistas que no solo ejecutan movimientos, sino que narran y exploran su propia historia.

Hoy, su influencia sigue viva en el enfoque introspectivo y experimental de la danza contemporánea. ¿Qué nos dice Mary Wigman hoy? Que la danza es un lenguaje que no entiende de palabras, que el movimiento es nuestro idioma más antiguo y que, en la vulnerabilidad, encontramos nuestro poder. Quizá, al final, la pregunta sea: ¿qué espacio estás dispuesto a habitar con tu cuerpo y tu verdad?

 

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