El día que se puso mallas, peluca y tacones decidió que el teatro tenía que estar en su vida

“Ser homosexual te amarga la vida, es algo malo, lo peor que te puede pasar, el dar vergüenza, el miedo… Yo no quiero ser homosexual; yo soy como los demás, yo soy normal”, Borja Lillo Miralles.

Borja Edogawa es un amigo que se dedica a las artes escénicas, su sueño es vivir de la actuación y encontrar a «Javi», a «su Javi», con el que hacer proyectos. Es un fiel defensor de que todos tenemos un destino; tanto es así, que si además de crear historias, el destino le pone un hombre con el que disfrutar un par de noches, bienvenido sea. A él le gusta decir que somos “los Javis de Alicante”, pero acabamos de empezar nuestro primer proyecto juntos y sexo, lo que es sexo, entre nosotros no hay. Todo nuestro amor se lo dedicamos al teatro. Odia la educación física y el fútbol, ama el teatro.

“El teatro me escogió a mí”.

Pero, ¿por qué una persona gay se avergüenza de sí mismo?

“Intenté formar parte del grupo de los que hablaban de tetas, culos y goles, pero no había manera de que me integraran en su grupo. Un día en clase de educación física, teníamos que hacer parejas para un ejercicio propuesto por la profesora, pero ninguno quiso juntarse conmigo por si se me empalmaba. Era el gay del colegio, el maricón. Lo peor de todo es que siempre lo supe, siempre supe que era gay, pero a ver quién era el valiente que se atrevía a salir del armario dadas las avalanchas de comentarios homófobos que me lanzaban mis compañeros. Con las chicas, sin embargo, me sentía protegido”.

Debido a todos esos comentarios, Borja llegó incluso a ser homófobo. Se puso del lado de sus acosadores y se autoboicoteaba.

¿Es posible que un homosexual sea homófobo?

Cuando le preguntaron qué quería ser de mayor, mentía diciendo que quería ser profesor:

“Lo de actor estaba calificado como poco varonil, ¿cómo iba un hombre a maquillarse, llevar mallas y hacer piruetas sobre un escenario? Si no era un trabajo de fuerza y riesgo, no era un trabajo de verdad”.

 

A Borja el teatro siempre le llamó la atención, sin embargo, cuando decidió recibir clases de teatro, ”tenía miedo de conocer a gente nueva por si eran como mis compañeros del colegio”. Con el tiempo, encontró la felicidad en un abrazo, sus compañeros le devolvieron aquellas sonrisas que nunca vivió en el colegio. “El teatro me enseñó a ver más allá y a cuidar de mí mismo; aprendí a vivir y a quererme un poco más”. Comenzó a descubrir lo que era la libertad; en el teatro todo era legítimo, nadie juzgaba y el respeto hacia los demás y hacia sí mismo, era importante. Sin embargo, por mucha libertad que sus compañeros se/le permitían, Borja no estaba preparado para admitir su homosexualidad por el trauma que le generaron sus compañeros en el pasado.

Se apuntó al Centro 14 y sumó experiencias personales; se lió incluso con uno de sus compañeros. Fue descubriendo que podía ser él mismo. Aquel año representó “24/7”, le dieron un papel pequeño, “me daba igual, iba a hacer algo que realmente me gustaba”. Y encontró su sitio.

Tras su paso por el Centro 14, Borja decidió continuar su formación en El Comodín, una escuela de artes escénicas alicantina. Dedicarse profesionalmente al teatro, tener la oportunidad de hacerlo, era su manera de honrarlo. A pesar de haber aprendido a ver la vida con otra mirada, con otra perspectiva, todavía le costaba decir en voz alta que era gay.

Sus profesores le avisaron de que si su intención era vivir del arte, debía tener el cuerpo, la mente y el alma totalmente despejados, ya que vivir con miedo es hacer el ridículo. En un ensayo sucedió lo siguiente:

Profesor: Ponte esta peluca y estos tacones.

Borja: No.

Profesor: (serio) Tienes que hacerlo.

No le quedó más remedio que asentir y salir a escena. Nadie se rió. Lo único que recibió tras su intervención, fueron consejos para mejorar su interpretación.

El día de su muestra trimestral se puso mallas de guepardo, peluca y tacones:

Profesor: Sé tú mismo, disfruta, siéntete libre.

Borja salió a escena y entre la multitud, vio a su madre aplaudiendo emocionada, él estaba eufórico, “quería más y más”. Su profesor le dijo que el teatro era un mundo libre, sin miedos, sin barreras y donde la única norma es la libertad, norma que todo actor debía respetar para poder ser feliz y vivir siendo uno mismo. Cogió el teléfono, llamó a una compañera suya que no pudo asistir a la muestra y:

Borja: Soy gay.

Su compañera: (orgullosa y entre risas) Ya lo sabía; ahora te toca vivir y ser feliz.

Tras colgar el teléfono, Borja se lanzó a los brazos de su profesor y se echó a llorar. Fue una noche muy emotiva.

“Esa noche había crecido como persona. Lo había hecho, por fin lo dije. Me di cuenta de que estaba viviendo una mentira y por eso no era feliz. El día que me puse mallas de guepardo, peluca y tacones decidí que el teatro tenía que estar en mi vida y empecé mi nueva vida. Si quería ser actor, necesitaba dar ese paso”.

4 replies on “El día que se puso mallas, peluca y tacones decidió que el teatro tenía que estar en su vida”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *